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martes, 9 de abril de 2013

La parábola de el hombre rico y Lázaro

¡La ambición egoísta lleva al infierno!



Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez. 
Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquél, lleno de llagas,
y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas. 
Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado. 
Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. 
Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama. 
Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. 
Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá. 
Entonces le dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre, 
porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento. 
Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos. 
El entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. 
Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos.

Evangelio según Lucas 16:19-31

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